¿Qué aprenderás en este artículo?
¿Qué es la Vergüenza Tóxica?
La vergüenza es la emoción que nos ayuda a ocultar y proteger las áreas privadas de nuestra vida.
Como por ejemplo lo que nos da pudor (a muchos no nos gustaría que nuestros compañeros de la oficina nos viesen desnudos).
O nuestras capacidades limitadas, aquello que no nos sale especialmente bien (en general preferimos mostrar en público lo que hacemos genial, antes que lo que nos sale fatal).
Cada uno puede tener más o menos vergüenza, incluso ser un sinvergüenza 😀 es simplemente cuestión de lo cómodo que esté mostrándose hacia los demás sin reservas y sin tapujos.
¿Pero qué sucede cuando nos avergonzamos de nosotros mismos?
El problema surge cuando creemos que no somos lo suficientemente buenos, y que cualquier cosa que nos salga mal será un síntoma de nuestra propia falta de valía.
La Vergüenza Tóxica es la sensación
de no ser lo suficientemente válidos.
Cuando tenemos Vergüenza Tóxica intentamos demostrarnos continuamente a nosotros mismos y a los demás que sí que somos válidos, porque es la única manera de dejar de sentir ese dolor. Cuando conseguimos demostrar nuestra valía nos sentimos bien, y cuando fracasamos nos frustramos enormemente.
La Vergúenza Tóxica nos lleva de forma no consciente a muchos comportamientos no deseados: nos lleva a fustigarnos por cualquier error, a paralizarnos si creemos que podemos fracasar, a entrar en relaciones de codependencia donde validamos mutuamente esa vergüenza con nuestra pareja, e incluso llegar al autosabotaje cuando en el fondo creemos que no merecemos el éxito.
¿De dónde viene la Vergüenza Tóxica?
La vergüenza tóxica proviene de nuestra infancia: según cómo nos querían nuestros padres, aprendemos a querernos nosotros mismos.
Vivimos en una sociedad en la que vales en función de tus resultados: según cómo hagas las cosas, la gente te valorará más o menos.
Esto nos parece razonable a la hora de tratar con otras personas: todos queremos que cuando compramos un producto, éste sea de buena calidad, y si contratamos un servicio de un profesional, como un fontanero, un abogado o un fisioterapeuta, queremos que el profesional sea un experto y nos ofrezca un buen resultado. Si el profesional es mediocre no repetiremos, y si es excelente incluso lo recomendaremos a nuestros amigos.
A la inversa funciona igual: si nosotros hacemos algo, normalmente queremos que le guste mucho a los demás. Los empleados intentan que su jefe valore su trabajo, y los que trabajan de cara al publico en general buscan la satisfacción del cliente.
La mayoría de la gente nos valorará según nuestros resultados, lo cual no es necesariamente algo malo: así es como funciona el mundo. Si a alguien esto le resulta frustrante ya de por sí, sería conveniente aprender a aceptar la realidad.
El problema viene cuando, en tu infancia, tus referentes (normalmente tus padres, aunque también pueden ser otros familiares, profesores del colegio, etc.), te valoran exclusivamente por tus resultados.
Porque quieren que tú seas la versión de ti mismo que a ellos les interesa, y cuando no lo cumples, te retiran el afecto.
Es decir, muchos padres les demuestran afecto a sus hijos en función de que los hijos hagan las cosas bien o mal. Y “bien” suele querer decir habitualmente “como ellos quieren”. Puede significar obedecerles, estudiar mucho, conseguir un trabajo seguro o cualquier otra condición que ellos crean que es lo mejor para ti.
Y una de las más poderosas herramientas de manipulación que tienen es la capacidad de retirarte su afecto. Su mensaje es: “si no haces lo que te digo, no eres un buen hijo”, en cualquiera de sus variantes.
Cuando esto sucede en nuestra infancia, el resultado es que aprendemos a querernos de la misma manera a nosotros mismos, por lo que surge una Autoestima Condicionada a Resultados: cuando las cosas nos salgan como nosotros queremos, nos sentiremos bien, incluso eufóricos, pero cuando los resultados no sean como nosotros queremos nos sentiremos mal, frustrados, sentiremos que no somos buenos, que no somos válidos.
Y a partir de aquí iremos buscando fuera esa validación que nos falta, bien sea consiguiendo logros o bien evadirnos, buscando rellenar ese vacío en nuestro interior con cosas externas. Está demostrado que tener padres que no muestran afecto aumenta el riesgo de consumo de drogas en adolescentes. Buscamos fuera de nosotros lo que no tenemos dentro.
Pero para sanar la Vergüenza Tóxica es necesario volver a mirar al interior.
Sanando la Vergüenza Tóxica
La vergüenza tóxica es un proceso mental y emocional complejo, que normalmente está arraigado desde nuestra infancia y vuelve a la superficie una y otra vez a lo largo de nuestra vida.
No es tan sencillo deshacernos de ella con una “receta”, en mi opinión la forma más efectiva es trabajar con un profesional de la terapia que te pueda acompañar en tu sanación.
Aun así, puedes empezar por seguir estas pautas con las que comenzar a darle la vuelta. El objetivo será siempre verte a ti mismo como alguien valioso, simplemente por ser quien eres:
- Cuídate. Si tú mismo no te consideras una persona válida, que merece la pena, tu tendencia será a fustigarte en lugar de a cuidarte. Es más, seguramente trates mejor a otras personas que a ti mismo/a. Aprender a cuidarte es clave para comenzar a apreciarte y a considerarte valioso.
- Perdónate tus errores y aprende de ellos. Para una persona con Vergüenza Tóxica cometer un error es una confirmación de su carencia de valía. Si suspendo un examen, eso confirma que no soy tan inteligente como debería, por lo que me fustigo y me aprieto aún más las tuercas para que no vuelva a pasar.
¿Sabes qué? Equivocarse es humano, y de los errores se aprende. Y muchas veces el resultado ni siquiera depende de ti. Si es así, es completamente absurdo fustigarte, ya que al no estar el éxito en tus manos, no sirve de nada meterte cada vez más presión. Para esto te puede ser útil distinguir entre fracaso y error.
- Quítate las Etiquetas. Cada vez que te asignas una etiqueta a ti mismo estás reforzando tu sensación de falta de valía. Si vas a decir “soy un desastre”, piensa primero por qué te quieres decir “soy un desastre”: si por ejemplo es porque tienes tu habitación desordenada, quizás puedas decir simplemente “tengo mi habitación desordenada”.
Al cambiar esta forma de hablar estás abriendo la posibilidad de que tener tu habitación desordenada no implica que seas un desastre, quizá implica únicamente que va siendo hora de ordenar tu habitación.
Hacia un cambio más profundo
Creo fervientemente que la Vergüenza Tóxica, o Autoestima Condicionada, es uno de los grandes problemas psicológicos de nuestra sociedad.
Yo he tenido Vergüenza Tóxica hasta los 35 años. En el año 2012 trabajando con un coachee mío (un millón de gracias, Javi!) descubrimos que a los dos nos pasaba lo mismo: no podíamos estar felices sin hacer nada, teníamos que estar demostrándonos constantemente a nosotros mismos lo que valíamos.
Al darnos cuenta de que era un problema que teñía de gris la mayor parte de nuestras experiencias vitales, comencé a investigarlo hasta desarrollar un proceso que nos sirvió tanto a él como a mí para sanar esta herida interna y desarrollar una autoestima independiente de nuestros resultados.
Posteriormente utilicé esas mismas herramientas para ayudar a más personas, y al año siguiente lo lancé como un taller para ayudar a resolver este problema a un grupo de personas cada vez.
Te invito a que, si te apetece, le eches un vistazo a nuestro taller Quiérete de Verdad. Es un taller de fin de semana en el que trabajamos con herramientas muy potentes para sanar esta vergüenza tóxica y llegar por fin a querernos a nosotros mismos como nos merecemos. Llevamos ya 8 ediciones en 2 ciudades, y a través de él más de 100 personas han conseguido cambiar a una Autoestima Incondicional.
Si quieres saber más sobre este taller, puedes leer toda la información aquí:
Totalmente de acuerdo, muy buen artículo. Lo de no sentirse válido en esta sociedad es algo complejo y cada vez más frecuente: despidos, presiones, competencia, ascensos… Son muchas las cosas que nos presionan, y así nos presionamos a nosotros mismos.
Hola Paco Pepe,
Eso es, la sociedad nos valora, cada vez de una forma más apremiante, en función de los resultados: lo que produces en el trabajo, lo cachas que te has puesto en el gimnasio, el dinero que ganas, cuán alto llegas en tu empresa…
En el momento en que tú te aplicas esa vara de medir a ti mismo, tendrás garantizado que en momento en que fracases, te sentirás mal contigo mismo, y tu autoestima se vendrá a pique.
Por eso a mí no me gusta hablar de autoestima alta o baja, hay personas con vergüenza tóxica que hemos tenido una autoestima muy alta… siempre y cuando sigamos cosechando éxitos. En cuanto fracasas, esa autoestima eufórica se viene abajo.
Mi propuesta es desarrollar una autoestima sana: no es necesario que sea extremadamente alta, pero sí es muy conveniente que sea completamente independiente de tus resultados.
Muchas gracias por tu comentario, un saludo,
Ya son 3 años, apoyándome de todo lo que nos proporciona y de verdad le digo que a mí me ha servido para superarme, gracias.
Muchísimas gracias Rafael,
Espero que queden no otros tres, sino otros 33 años (o más) de poder seguir echando una mano, y que os siga siendo útil.
Un abrazo y hasta pronto!
Buen artículo, Miguel.
Esa inseguridad galopante me suena. ¿Quién no la ha tenido a veces? En mi caso bastantes veces. Y la sigo teniendo, pero aprendiendo a gestionarla puede ser algo que te haga sentir vivo y que dé emoción a tu vida, intensidad, diversión y puede así dejar de ser tóxica. La clave es eso: aprender a gestionarla, hacerse amigo de ella y no tratarla con desprecio.
Un abrazo, Miguel!
Hola Cristian, muchas gracias por tu comentario,
Decimos lo mismo con distintas palabras. Todas las emociones son útiles, todas tienen un mensaje, pero las tóxicas te mandan un mensaje distorsionado, como en el juego del teléfono escacharrado, y te pueden hacer más perjuicio que beneficio.
Por tanto coincido contigo en que no es cuestión de anular esas emociones sino de sanar su toxicidad.
Otro abrazo para ti, Cristian!